Coloqué
la última caja en el suelo, dejé un sonoro suspiro y me senté
sobre ella. Levante la vista hacia mi madre, que estaba de pie junto
a la ventana sin cortinas, parecía estar observando algo con mucho
interés. Dejé escapar otro suspiro, más que nada para recordarle
que estaba allí. No se giró, sino que, con aire despistado,
continuó rasgando estrechas tiras del periódico que habíamos usado
para envolver mi despertador.
-Mira que mudarnos
hoy,¡hace un calor de mil demonios! -dije, secándome el sudor de la
frente con el dorso de la mano.
Bajé la mirada hasta
mis pies, que calzaban unas sandalias. Sentía que me palpitaban
después de tanto levantar y acarrear cosas, y noté que la pintura
de uñas rosa perla que llevaba había empezado a desconcharse y a
desprenderse, igual que la chapucera pintura de la habitación.
-¡Bien! -murmuré,
sarcástica. Pero me aseguré de que no pudiera oírme, porque
presentía que, por debajo de su alegría fingida, se sentía igual
que yo.
-Bueno -dijo, cambiando
rápidamente de tema y girándose por fin hacia mí -,¿qué te
parece tu nuevo dormitorio, entonces? Con una mano de pintura y una
buena decoración estará bien, ¿no crees?
-Supongo -dije, con todo
el entusiasmo que conseguí reunir.
Era la primera vez que
veía mi dormitorio. Paseé la mirada sobre el parquet, en busca de
algún detalle. Una bombilla solitaria prendía, solemne, en mitad
del techo. Esta vez eche un vistazo a las paredes de color gris
lavavajillas. Tendría que hacer muchas cosas para que esto quedara
bien.
-Sé que no es lo ideal
–dijo mi madre en voz baja, siguiendo mi mirada.
-Pensé que, como hace
un día estupendo, podríamos empezar por poner orden en el jardín
-dijo mi padre mientras entraba por la puerta de mi nuevo dormitorio
-.Tal vez podamos preparar un rico almuerzo y comerlo en el patio...,
una vez que lo encontremos debajo de todo ese follaje, quiero decir.
-¿Cocinar?¿Tú?
-intenté no parecer demasiado perpleja.
La idea que tenía mi
padre de cocinar consistía en coger el teléfono y llamar a un
restaurante. Mi madre siempre ha sido la cocinera de la casa. Además,
mi padre estaba demasiado ocupado con su trabajo como para pasarse el
día metido en la cocina.
-Bueno, yo estaba
pensando más bien es que lo preparemos todos juntos -repuso.
Me eché a reír. Vi que
el esbozo de una sonrisa se dibujaba en los labios de mi madre. Por
un momento me sentí feliz.
-Supongo que podremos
hacerlo -dije, y añadí-: me refiero a limpiar el jardín, no a que
vayas a cocinar..., perdón, a que vayamos a cocinar.
-Ese es el espíritu,
princesa -dijo mi madre, y noté que le volvía el entusiasmo -.Conseguiremos que la casa quede preciosa en nada de tiempo. Bueno,
¿dónde te dejo esto?
Levantó el lienzo (un
regalo de Sara por mi decimosexto cumpleaños, que me encantaba) lo
cogí y me puse a contemplarlo.
Me encogí de hombros,
resignada.
-Creo que va hacer falta
más que un lienzo para arreglar esta habitación.
La sonrisa de mi madre
empezó a desaparecer. Esta vez le tocaba a ella suspirar.
-Esto no es fácil para
ninguno de nosotros, ¿sabes, Serena? -dijo, frunciendo la nariz
respingona -.Tenemos que tomárnoslo lo mejor que podamos...
-...y mantenernos unidos
como una familia -dije, completándole la frase. No tenía intención
de decirlo de modo tan sarcástico. Me sentí avergonzada por pagarlo
con ella. Nada de esto era culpa suya. Tenía razón. Teníamos que
mantenernos unidos.
-Es mejor que vaya a dar
una vuelta para conocer un poco el barrio y así poder ver esto desde
otra perspectiva -.Le dije a mi madre mientras me encaminaba a la
puerta principal. -Necesito que me de el aire.
No hay comentarios:
Publicar un comentario