martes, 7 de febrero de 2012

Capítulo 1.


   Coloqué la última caja en el suelo, dejé un sonoro suspiro y me senté sobre ella. Levante la vista hacia mi madre, que estaba de pie junto a la ventana sin cortinas, parecía estar observando algo con mucho interés. Dejé escapar otro suspiro, más que nada para recordarle que estaba allí. No se giró, sino que, con aire despistado, continuó rasgando estrechas tiras del periódico que habíamos usado para envolver mi despertador.
  -Mira que mudarnos hoy,¡hace un calor de mil demonios! -dije, secándome el sudor de la frente con el dorso de la mano.
   Bajé la mirada hasta mis pies, que calzaban unas sandalias. Sentía que me palpitaban después de tanto levantar y acarrear cosas, y noté que la pintura de uñas rosa perla que llevaba había empezado a desconcharse y a desprenderse, igual que la chapucera pintura de la habitación.
  -¡Bien! -murmuré, sarcástica. Pero me aseguré de que no pudiera oírme, porque presentía que, por debajo de su alegría fingida, se sentía igual que yo.
  -Bueno -dijo, cambiando rápidamente de tema y girándose por fin hacia mí -,¿qué te parece tu nuevo dormitorio, entonces? Con una mano de pintura y una buena decoración estará bien, ¿no crees?
  -Supongo -dije, con todo el entusiasmo que conseguí reunir.
   Era la primera vez que veía mi dormitorio. Paseé la mirada sobre el parquet, en busca de algún detalle. Una bombilla solitaria prendía, solemne, en mitad del techo. Esta vez eche un vistazo a las paredes de color gris lavavajillas. Tendría que hacer muchas cosas para que esto quedara bien.
  -Sé que no es lo ideal –dijo mi madre en voz baja, siguiendo mi mirada.
  -Pensé que, como hace un día estupendo, podríamos empezar por poner orden en el jardín -dijo mi padre mientras entraba por la puerta de mi nuevo dormitorio -.Tal vez podamos preparar un rico almuerzo y comerlo en el patio..., una vez que lo encontremos debajo de todo ese follaje, quiero decir.
  -¿Cocinar?¿Tú? -intenté no parecer demasiado perpleja.
   La idea que tenía mi padre de cocinar consistía en coger el teléfono y llamar a un restaurante. Mi madre siempre ha sido la cocinera de la casa. Además, mi padre estaba demasiado ocupado con su trabajo como para pasarse el día metido en la cocina.
  -Bueno, yo estaba pensando más bien es que lo preparemos todos juntos -repuso.
   Me eché a reír. Vi que el esbozo de una sonrisa se dibujaba en los labios de mi madre. Por un momento me sentí feliz.
  -Supongo que podremos hacerlo -dije, y añadí-: me refiero a limpiar el jardín, no a que vayas a cocinar..., perdón, a que vayamos a cocinar.
  -Ese es el espíritu, princesa -dijo mi madre, y noté que le volvía el entusiasmo -.Conseguiremos que la casa quede preciosa en nada de tiempo. Bueno, ¿dónde te dejo esto?
   Levantó el lienzo (un regalo de Sara por mi decimosexto cumpleaños, que me encantaba) lo cogí y me puse a contemplarlo.
   Me encogí de hombros, resignada.
  -Creo que va hacer falta más que un lienzo para arreglar esta habitación.
La sonrisa de mi madre empezó a desaparecer. Esta vez le tocaba a ella suspirar.
  -Esto no es fácil para ninguno de nosotros, ¿sabes, Serena? -dijo, frunciendo la nariz respingona -.Tenemos que tomárnoslo lo mejor que podamos...
  -...y mantenernos unidos como una familia -dije, completándole la frase. No tenía intención de decirlo de modo tan sarcástico. Me sentí avergonzada por pagarlo con ella. Nada de esto era culpa suya. Tenía razón. Teníamos que mantenernos unidos.
  -Es mejor que vaya a dar una vuelta para conocer un poco el barrio y así poder ver esto desde otra perspectiva -.Le dije a mi madre mientras me encaminaba a la puerta principal. -Necesito que me de el aire.

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